Con
la excusa de celebrar en San Valentín una cena especial, decidimos probar algún
vino especial. Por recomendación de Juan Ferrer, de la vinoteca Enópata, nos
decantamos por un champagne que resultó ser más que un “vino especial”, el “Un
Jour de 1911” de André Clouet.
Los
Clouet son los propietarios de una bodega ya mítica en Bouzy, y llevan
dedicándose al mundo del vino desde hace siglos. Uno de sus miembros fundadores
fue impresor en la Corte de Versalles, durante el reinado de Louis XV, y el
particular estilo de sus etiquetas es una suerte de homenaje a este antepasado.
Tuvieron
que pasar dos siglos y varias generaciones, para que consiguieran los viñedos
que hoy en día ocupan entre 9 y 10 hectáreas, en las proximidades de Bouzy, situado
al sur de la Montaña de Reims, y estando todos ellos catalogados como Grand
Cru.
Pierre
y François Sanz-Clouet (de padre español) son los actuales propietarios y
cuidan con extremado cariño estas viñas donde crece la pinot noir, sobre suelos
frescos arcilloso-calcáreos.
Con
8000 viñas por hectárea, practican una poda a conciencia, y con un ligero
abonado consiguen bajos rendimientos de los que se escogen sólo las mejores
uvas para hacer este vino del que cada año se embotellan 1911 unidades, y que
se compone de una mezcla de diferentes añadas: un 25% de la de 1995, un 50% de
la de 1996 y el resto de la de 1997. Estas botellas pasan 8 años en la cava
familiar, a 10 metros de profundidad, esperando para salir a enamorar a quien
lo prueba.
Viñedos en Bouzy
La
presentación de la botella, en el interior de una caja de madera, protegida por
un envoltorio natural de cañas, y acompañado de los certificados
correspondientes, ya hacen presagiar que estamos ante una joya. En nuestro caso
se trataba de la botella número “794 de la Cuveé 25”.
Juan
nos advirtió de que no debíamos someter a grandes cambios de temperatura el
vino, y proceder a descorcharlo con sumo cuidado para evitar un potente
taponazo que además vendría acompañado de la salida de parte del champagne.
Esto se debe a la tremenda potencia que le confiere la burbuja de la pinot
noir, y así lo hice. Doy fe de que me costó contener en mi mano el tapón, y
tuve que hacer bastante fuerza para evitar su salida a la estratosfera.
Al
servirlo en las copas ya nos dio la primera alegría, pues el aroma que
desprendía nos hizo esbozar una sonrisa que presagiaba lo que venía a
continuación.
Y,
ahora me viene a la mente que eso es lo que más disfruto del vino, y esta
botella lo consiguió con creces. El pensar durante unos días que vas a
disfrutar de un gran vino, ir a la bodega y charlar con Juan y Rebeca, llegar a
casa como quien trae un regalo (que lo fue), manejarlo con un cuidado extremo,
abrir la caja, disfrutar con la presentación, y luego inundarte en aromas y
sabores de un vino que empezó a hacerse hace muchos años, y que tiene tras de
sí una tradición centenaria. Todo eso, y sobretodo la compañía y complicidad de
mi mujer, Asun, en el disfrute de estos vinos, es uno de los principales
alicientes que hay en mi vida.
Sentarnos
tranquilamente después de muchas horas de pelea con la vida, cerrar los ojos y
dejar que un vino te llene el espíritu, la mente, los recuerdos, los
sentidos…que te haga pensar y permitirte desconectar del mundo durante unos
instantes, no tiene precio, como dice el eslogan.
A
la vista se muestra de un color amarillo dorado con ciertas tonalidades de oro
viejo, y presenta una burbuja pequeña y rápida.
En
la nariz, descubrimos notas sutiles de manzana al horno, naranja amarga
confitada, y ciertas notas de tostado o incluso llegamos a decir que ahumado.
En
boca es cuando empieza la explosión de sensaciones. Para empezar, entra de
forma potente, rotunda, con una burbuja potente y notable acidez. Tiene la
complejidad de un vino rotundo, y viene acompañado de múltiples sabores que
consiguen trasladarte a una antígua panadería: brioche, mantequilla, cerezas,
azúcar quemado y notas herbales o anisadas incluso. Todo esto va acompañado de
cierto amargor muy agradable, que vuelve a recordarnos su carácter vinoso y los
años de crianza, y sobretodo muy características esas notas ahumadas que se
encuentran en nariz y boca. Las imágenes que nos venían a la mente eran las de
vernos en una vieja casa de pueblo, alrededor de una estufa de leña y
contemplando un paisaje verde y húmedo.
La
intensidad de este vino nos permite tenerlo durante un largo rato en el paladar,
lo que te invita a seguir tomándolo y disfrutándolo en cada trago.
En
definitiva, una verdadera joya de vino.
Que
disfrutéis.
Paco
Pérez Dolz© Gastrodelia.
Excepcional Paco. Felicidades por este blog. ;-)
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