Hacía
tiempo que por unos motivos u otros, no habíamos salido la familia solos a
comer. Y ya teníamos ganas, por lo que el pasado sábado fue el elegido para
hacer una visita a algún restaurante con nuestros retoños.
Nos
gusta inculcar a nuestros dos hijos el gusto por la gastronomía, y la educación
que ello conlleva, con lo que nos preocupamos por enseñarles a comportarse en
los restaurantes, coger bien los cubiertos, no gritar, decir “gracias” y “por
favor”, tener paciencia, y además procuramos que prueben lo mismo que tomamos
nosotros, que sepan lo que están comiendo, de dónde viene y cómo se hace, lo
que cuesta, etc.
Esperamos
con ello, que algún día sean adultos educados en la gastronomía, tengan su
propio criterio, y les sirva en su formación como personas. A nosotros, la
gastronomía no solo nos hace disfrutar de la comida y la bebida (que es mucho)
sino que nos ha traído grandes momentos vividos, nuevos conocimientos
adquiridos, y lo que consideramos más importante, el conocer a personas que
comparten las mismas inquietudes, y que en algunos casos se han convertido en
buenos amigos.
Y
hoy hemos decidido acercarnos al Restaurante Castillo, donde oficia en los
fogones Eduardo Frechina, a quien hemos conocido a través de nuestro interés
gastronómico y las nuevas tecnologías, y gracias al grupo de Facebook P.I.G.
(Plataforma de Información Gastronómica), que impulsó hace aproximadamente un
año el periodista Paco Alonso.
Tuve
la suerte de conocer previamente a Eduardo en una comida de la P.I.G. en torno
a un magnífico puchero valenciano, y además de darme la impresión de que era un
tipo simpático y buena gente, me fui convencido de que era un gran cocinero.
Eduardo vive su profesión con pasión desde la infancia, ya que viene de una
familia de pasteleros artesanos de Godella. En su Restaurante Castillo, dice
que hace “cocina valenciana creativa”, y hablando con él te das cuenta de que
es un profesional que valora en su trabajo el conocimiento y destreza en las
técnicas básicas de la cocina clásica. El ABC que muchos nuevos cocineros se
han saltado en su formación (si es que la tienen), el respeto hacia el buen
producto, y la búsqueda y utilización de unas materias primas de calidad,
pienso que son la base principal que debe tener cualquiera que se acerque a la cocina
profesionalmente. Y eso a Eduardo le sobra.
Eduardo Frechina |
Luego
aparte viene la creatividad de cada uno, el innovar, estudiar, aprender de lo
que hacen bien otros, respetando el trabajo de los compañeros y reconocerlo.
Probar, probar y probar, y trabajar…porque generalmente las musas se te
aparecen trabajando. Y de eso también va sobrado este hombre y su equipo.
Tan
solo hay que ver su perfil de Facebook, donde cada día nos habla del menú que
ha preparado, de cómo hace pruebas, de cómo inventa nuevas recetas o presentaciones,
para hacerse a la idea de que es un profesional apasionado. Y eso tiene que
notarse en la cocina.
Así
que allá que nos fuimos, con el aliciente de hacer un viaje en metro, lo cual
les encantó a nuestros pequeñajos.
Si
no quieres coger el coche, puedes usar el metro y llegar en un momento a la
estación de Godella, que está a escasos
pasos del restaurante, lo cual es un aliciente en cuanto a comodidad.
La
sala es muy correcta, con una decoración de cierto aire rústico por el empleo
de madera y ladrillo, y con una iluminación suave que hace más agradable e
íntima la estancia. Además las mesas son amplias y dispuestas con suficiente
separación para poder disfrutar tranquilamente sin apreturas. No me gustan nada
los restaurantes que ponen las mesas tan juntas que puedes escuchar la
conversación de el de al lado, o incluso hasta comer de su plato. No es el caso
de este Castillo.
Tengo
que decir, que justamente este día, Eduardo tuvo que ausentarse por motivos
profesionales que le hicieron salir de su Restaurante. El día de antes me mandó
un mensaje disculpándose y asegurándome que su equipo nos iba a tratar
fenomenal. Y así fue, porque el responsable de sala (Paco) y las chicas que
estaban con él se portaron de maravilla con nosotros, demostrando además de que
son muy buenos profesionales, que el jefe puede estar ( y lo está)
absolutamente tranquilo cuando delega en ellos, cosa que hoy ya quisieran
muchos restauradores.
Conozco
muchos restaurantes magníficos que funcionan a las mil maravillas cuando está su
alma mater, pero si vas un día en que no esté, puedes encontrarte con un
restaurante totalmente distinto (a peor) y por supuesto, que este tampoco es el
caso del Castillo.
Eduardo
nos dijo que nos prepararían un arroz meloso de setas y gambas, y cuando un
cocinero que además es miembro de la Cofradía Internacional del Arroz te dice
eso no puedes más que decir: ¡Sí, señor! Y prepararte para “el sufrimiento”.
Y
“el sufrimiento” empezó cuando Paco nos trajo un aperitivo consistente en unas
bolitas de queso rebozadas en polvo de almendras, junto con unas papas
aromatizadas al pimentón dulce, lo que hizo abrir los ojos y las bocas de
nuestros hijos.
A
continuación llegó un calamar de playa a la plancha, con su salsa de aceite y
perejil, que en su justa medida potenciaba el sabor de un producto excelente y
además en su punto perfecto de plancha.
Luego
llegaron las famosas alcachofas de Eduardo, producto al que tiene un gran apego
y que suele estar presente en su carta, siendo preparado de diversas maneras.
Hoy eran con morcilla de cebolla, pero tuvieron la deferencia de preparárnoslas
con foie, ya que a Asun le encantan ambos productos. Son unos corazones de
alcachofa sobre los que colocan un poco de foie y envuelven en una fina hoja de
pasta filo. Un bocado delicioso. Nos comentó Paco que también han llegado a
prepararlas con rabo de toro deshuesado, lo que debe ser también un auténtico
espectáculo.
Y
finalmente llegó la cazuela de barro donde nos esperaba el arroz. Y qué
arroz…en el punto justo de meloso, con las setas y las gambas como
protagonistas, y con un sabor enorme que denotaba el mimo puesto en la
elaboración. Nos encantó a los cuatro, y dimos buena cuenta de él.
Acompañamos
la comida con un cava llamado Lunátic, elaborado por bodegas Masachs, y con un coupage
de macabeo, xarel.lo y perellada. Nos gustó por sus intensos aromas de cítricos
y de frutas exóticas (piña, maracuyá), que fueron muy bien con todo el menú.
Llegados
a los postres, sabíamos que teníamos que probar alguno por la ascendencia
repostera de Eduardo, y aunque estábamos más que saciados, pedimos unas
croquetas de chocolate con helado de vainilla para compartir. Como podéis
observar en la foto, consiste en unas trufas de un chocolate magnífico
envueltas en pasta filo que una vez gratinadas se ponen a “nadar” en una
“natilla de helado de vainilla”. Producto, tradición e innovación en un plato
final, una especie de recordatorio de la filosofía de este cocinero para cerrar
la comida.
Después
llegaron el café y la infusión que fueron acompañados por unas trufas frías que
Paco tuvo el detallazo de regalarnos, así como sendos helados para nuestros
pequeños gastrodélicos.
Como
aficionado al vino, me picó la curiosidad cuando ví algunas botellas que
reposaban en el botellero que tenía a mi espalda, y descubrí algunas
curiosidades como éstas:
La
Bernardine 1998. Un Chateauneauf du Pape de M. Chapoutier. Hemos probado la
añada de 2005 y 2007, y están tremendos. Perdón por la foto, pero el flash me jugó una mala pasada.
Bourgogne
Cuvee Latour de 2001.
Chateau
Chantalouete de 1996. Un Pomerol elaborado por
De Laage.
Falcon
Crest de 1988. El Cabernet Sauvignon que se hizo en Napa Valley cuando la serie
estaba en apogeo.
En
resumen, quiero desde aquí agradecer a
Eduardo, Paco y todo su equipo la fenomenal comida que nos prepararon y lo bien
que nos trataron. Os recomiendo que visitéis este Restaurante, porque váis a
disfrutar seguro.
Además,
muchos días organizan en un salón contiguo, que llaman el “Privat del
Castillo”, actividades complementarias como conciertos de blues, jazz, o monólogos
que pueden acompañarse con un buen destilado o combinado.
Restaurante
Castillo.
Calle
Mayor, 90. Godella.
Teléfono.
963 64 02 42
©Paco
Pérez Dolz. Gastrodelia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario