lunes, 20 de febrero de 2012

Champagne "Un jour de 1911" de André Clouet.


Con la excusa de celebrar en San Valentín una cena especial, decidimos probar algún vino especial. Por recomendación de Juan Ferrer, de la vinoteca Enópata, nos decantamos por un champagne que resultó ser más que un “vino especial”, el “Un Jour de 1911” de André Clouet.

Los Clouet son los propietarios de una bodega ya mítica en Bouzy, y llevan dedicándose al mundo del vino desde hace siglos. Uno de sus miembros fundadores fue impresor en la Corte de Versalles, durante el reinado de Louis XV, y el particular estilo de sus etiquetas es una suerte de homenaje a este antepasado.

Tuvieron que pasar dos siglos y varias generaciones, para que consiguieran los viñedos que hoy en día ocupan entre 9 y 10 hectáreas, en las proximidades de Bouzy, situado al sur de la Montaña de Reims, y estando todos ellos catalogados como Grand Cru.


Pierre y François Sanz-Clouet (de padre español) son los actuales propietarios y cuidan con extremado cariño estas viñas donde crece la pinot noir, sobre suelos frescos arcilloso-calcáreos.
Con 8000 viñas por hectárea, practican una poda a conciencia, y con un ligero abonado consiguen bajos rendimientos de los que se escogen sólo las mejores uvas para hacer este vino del que cada año se embotellan 1911 unidades, y que se compone de una mezcla de diferentes añadas: un 25% de la de 1995, un 50% de la de 1996 y el resto de la de 1997. Estas botellas pasan 8 años en la cava familiar, a 10 metros de profundidad, esperando para salir a enamorar a quien lo prueba.
                                                    Viñedos en Bouzy

La presentación de la botella, en el interior de una caja de madera, protegida por un envoltorio natural de cañas, y acompañado de los certificados correspondientes, ya hacen presagiar que estamos ante una joya. En nuestro caso se trataba de la botella número “794 de la Cuveé 25”.


Juan nos advirtió de que no debíamos someter a grandes cambios de temperatura el vino, y proceder a descorcharlo con sumo cuidado para evitar un potente taponazo que además vendría acompañado de la salida de parte del champagne. Esto se debe a la tremenda potencia que le confiere la burbuja de la pinot noir, y así lo hice. Doy fe de que me costó contener en mi mano el tapón, y tuve que hacer bastante fuerza para evitar su salida a la estratosfera.
Al servirlo en las copas ya nos dio la primera alegría, pues el aroma que desprendía nos hizo esbozar una sonrisa que presagiaba lo que venía a continuación.
Y, ahora me viene a la mente que eso es lo que más disfruto del vino, y esta botella lo consiguió con creces. El pensar durante unos días que vas a disfrutar de un gran vino, ir a la bodega y charlar con Juan y Rebeca, llegar a casa como quien trae un regalo (que lo fue), manejarlo con un cuidado extremo, abrir la caja, disfrutar con la presentación, y luego inundarte en aromas y sabores de un vino que empezó a hacerse hace muchos años, y que tiene tras de sí una tradición centenaria. Todo eso, y sobretodo la compañía y complicidad de mi mujer, Asun, en el disfrute de estos vinos, es uno de los principales alicientes que hay en mi vida.
Sentarnos tranquilamente después de muchas horas de pelea con la vida, cerrar los ojos y dejar que un vino te llene el espíritu, la mente, los recuerdos, los sentidos…que te haga pensar y permitirte desconectar del mundo durante unos instantes, no tiene precio, como dice el eslogan.
A la vista se muestra de un color amarillo dorado con ciertas tonalidades de oro viejo, y presenta una burbuja pequeña y rápida.
En la nariz, descubrimos notas sutiles de manzana al horno, naranja amarga confitada, y ciertas notas de tostado o incluso llegamos a decir que ahumado.
En boca es cuando empieza la explosión de sensaciones. Para empezar, entra de forma potente, rotunda, con una burbuja potente y notable acidez. Tiene la complejidad de un vino rotundo, y viene acompañado de múltiples sabores que consiguen trasladarte a una antígua panadería: brioche, mantequilla, cerezas, azúcar quemado y notas herbales o anisadas incluso. Todo esto va acompañado de cierto amargor muy agradable, que vuelve a recordarnos su carácter vinoso y los años de crianza, y sobretodo muy características esas notas ahumadas que se encuentran en nariz y boca. Las imágenes que nos venían a la mente eran las de vernos en una vieja casa de pueblo, alrededor de una estufa de leña y contemplando un paisaje verde y húmedo.
La intensidad de este vino nos permite tenerlo durante un largo rato en el paladar, lo que te invita a seguir tomándolo y disfrutándolo en cada trago.
En definitiva, una verdadera joya de vino.
Que disfrutéis.
Paco Pérez Dolz© Gastrodelia.



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